Red World / Parte XIV: El corazón de la montaña de fuego
“Puede que una retirada sea lo más sensato…”
El Monte Frypan se ha convertido en un volcán en erupción. La cima ha volado por los aires y ahora es una fuente de lava que desciende por la colina lentamente, arrasando con todo lo que encuentra a su paso.
El Rey Gyuma cae de rodillas ante la catástrofe.
- “Mi hogar… mis tesoros…” – lamenta el viejo amigo de Son Gohan.
Chichi mira a su alrededor. La gente del pueblo observa aterrada el fuego de la montaña.
- “¡Tienen que abandonar el pueblo!” – exclama la princesa.
- “¿Y a dónde vamos a ir?” – pregunta la anciana.
Gyuma sigue ensimismado en el horror.
- “Se acabó…” – dice el Rey. – “El destino de mi reino está sellado.”
- “¡No diga eso!” – interviene Krilín. – “Seguro que hay algo que podamos hacer… ¿verdad?” – pregunta mirando a Chichi.
La muchacha, armada con el abanico, aprieta la empuñadura con fuerza.
- “Lucharemos.” – dice Chichi.
- “¡¿Te has vuelto loca?!” – protesta Gyuma. – “¡No vas a enfrentarte a la Red Ribbon tú sola!”
- “Puedo ayudar.” – dice Krilín, chocando los puños frente a su pecho.
- “No seáis inconscientes…” – dice el Rey de la montaña.
- “¡Todo es culpa suya!” – protesta Chichi. – “¡¿No es así?!”
- “Pero…” – teme Gyuma.
- “¡Se acabó!” – insiste la princesa. – “¡La montaña merece respeto!”
- “Hija…” – suplica el Rey. – “Si te pierdo a ti… Ya no me queda nada…”
Krilín coloca la mano sobre el hombro de Gyuma.
El Rey mira al joven y se da cuenta de que todo el pueblo está roto por el dolor de ver sangrar a la montaña.
Chichi se arrodilla frente a su padre, que sigue aún en el suelo, y le agarra las manos.
- “Esta gente necesita nuestra ayuda, papá.” – dice ella. – “No podemos abandonarlos. Es mi deber.”
El Rey, con lágrimas en los ojos, agacha la cabeza.
Chichi se levanta y emprende su viaje. Krilín se apresura a seguirla.
La anciana observa a la muchacha alejarse y sonríe.
- “Me recuerda mucho a ella.” – dice la mujer.
Al oír a la anciana, Gyuma levanta la cabeza para mirar de nuevo a su hija alejarse.
- “Demasiado.” – dice el Rey con pesar en su voz y cierta melancolía.
En el taller de la Red Ribbon, Pino trabaja en su robot gigante.
El Coronel trabaja desde un puente a la altura del abdomen del robot, atornillando una escotilla de cristal en su ombligo. A su lado, su fiel asistente robótico con una tablet en la mano.
Pino se esfuerza en retorcer la llave inglesa, que parece resistirse.
- “¿No prefiere que lo haga yo?” – pregunta el robot.
- “No…” – responde Pino, entre dientes. – “Ya casi…” – se sigue esforzando.
Finalmente, el Coronel queda satisfecho y se deja caer al suelo, quedando sentado.
- “Bufff…” – resopla mientras se seca el sudor con un pañuelo.
- “Para mí no es ningún esfuerzo.” – insiste el robot.
- “Por eso…” – sonríe Pino. – “Pierde la gracia.”
- “No lo entiendo.” – responde el pequeño asistente.
Pino sonríe sin responder.
El Coronel mira por la escotilla recién instalada.
- “Activa el protocolo de prueba.” – dice Pino.
- “De acuerdo.” – confirma el robot.
El asistente aprieta unos botones de su tablet y, a los pocos segundos, un ensordecedor ruido de turbinas arranca.
Vapor a presión sale por varias juntas del robot, entre sus articulaciones.
Una tenue luz rojiza emana de la escotilla y va ganando intensidad con el tiempo.
Pino sonríe satisfecho.
En el Monte Frypan, Chichi y Krilín ya se encuentran acechando la central geotérmica de la Red Ribbon desde una colina. Una docena de soldados patrullan la zona y dos Battle Jackets custodian la entrada.
- “¿Qué hacemos?” – pregunta Chichi.
- “¿Entrar?” – responde Krilín, confuso con la pregunta.
- “¿Estás loco?” – protesta la princesa. – “¡Mira cuántos son! Y dentro seguro que hay más…”
- “No son tantos…” – dice Krilín.
Sin previo aviso, el muchacho salta colina abajo mientras desenfunda su bastón.
- “¡¿PERO QUÉ HACES?!” – se alarma ella.
Krilín se presenta ante los soldados, que lo miran con cierta confusión.
- “¿Quién eres tú, chaval?” – pregunta uno.
- “¿Te has perdido?” – pregunta otro.
Krilín hace que el bastón se alargue hacia el primer soldado y así lo empuja, haciéndolo desaparecer de la escena.
- “¡VA ARMADO!” – exclama el otro soldado.
Tanto ese como los soldados de los alrededores abren fuego contra el alumno de Son Gohan, pero éste salta de un lado a otro evadiendo los disparos y noqueando a todos los soldados que encuentra a su paso.
Chichi está asombrada ante la demostración del chico, pero esa sensación se convierte pronto en frustración.
- “Qué temerario…” – protesta ella, empuñando su abanico para unirse a la lucha.
Un Battle Jacket se agacha para apuntar a Krilín con el misil de su espalda.
- “¡Ahora verás!” – exclama el soldado, que tiene al joven en su punto de mira.
El misil sale disparado hacia el joven, que se prepara para recibirlo… pero Chichi se interpone entre los dos y con un golpe de abanico remite el misil al enemigo.
El Battle Jacket salta por los aires.
Krilín sonríe a Chichi, buscando su complicidad, pero ella lo rechaza con una mueca de desaprobación.
Desde un despacho en lo alto de la torre principal gobierna la central geotérmica, un hombre de cabello blanco engominado hacia atrás y vestido con bata blanca observa el alboroto.
- “¿Es esa la hija del terrible Rey Gyuma?” – pregunta el doctor.
El viejo científico suspira.
- “Era cuestión de tiempo…” – continúa el doctor. – “Nos hemos tomado demasiadas libertades con la montaña…”
Dos guerreros escoltan al doctor.
- “No se preocupe, Doctor Yakisugi.” – dice uno de ellos, con la cabeza afeitada dejando solo una cresta roja en la cabeza y barba negra, con un tatuaje rosado en la cara a modo de antifaz.
El primer guerrero es de gran envergadura y viste pantalón lila y una camiseta de piel de oso marrón, sobre la que lleva una armadura roja con el kanji “Kin” escrito en oro. Luce una gran espada colgando de su cinturón.
El segundo tiene una estatura regular, con cabello largo lacio, mal cuidado y de tono verdoso, vestido de forma similar, pero con pantalón celeste pálido y armadura azul, con el kanji “Gin” en plata. Una cuerda trenzada rodea y cubre su brazo derecho, y una calabaza convertida en botella cuelga de su cinturón.
- “Para eso nos pagan.” – responde el segundo, con tatuaje morado.
En el exterior, Chichi y Krilín han noqueado a todos los guerreros.
El alumno de Gohan se limpia el sudor de la frente.
- “Pues ya estaría…” – dice con una sonrisa en su rostro.
- “¡Eres un imprudente!” – le abronca Chichi.
- “¿Eh?” – se sorprende Krilín. – “Pero si ha salido bien…”
- “¡Inconsciente!” – protesta ella.
Las puertas de la central se abren, alertando a los dos jóvenes aliados.
Dos figuras a contraluz se presentan ante ellos.
- “Jeje…” – sonríe Krilín. – “¡Más enemigos!” – exclama con cierta emoción.
Chichi los mira de arriba abajo, fijándose en los kanji que lucen en sus armaduras.
- “No…” – dice ella, con cierta preocupación. – “No son tipos comunes…”
- “Ah, ¿no?” – pregunta Krilín, fijándose en sus peinados y tatuajes. – “Son un poco estrafalarios, pero…”
- “No… estoy segura de que son ellos…” – dice Chichi. – “Son los temibles hermanos bandidos, Kinkaku y Ginkaku.”
Los bandidos ríen.
- “Jajaja.” – ríe Ginkaku.
- “Parece que nos reconocen…” – dice Kinkaku.
- “Pero hay una cosa que no entiendo, hermano…” – dice Ginkaku. – “Si nos han reconocido, ¿por qué no huyen?”
Chichi agarra el abanico con fuerza y mira de reojo a Krilín.
- “Puede que una retirada sea lo más sensato…” – dice ella.
- “Ni hablar.” – responde Krilín. – “La gente de la aldea no puede defenderse sola.”
- “Solo temporalmente… Volveremos con una estrategia mejor…” – sugiera Chichi. – “Si las leyendas son ciertas…”
- “¿No son tu gente?” – pregunta Krilín.
Chichi se queda helada ante las palabras del joven.
Krilín avanza hacia los bandidos.
El alumno de Gohan se detiene frente a ellos y los mira en silencio, muy serio.
- “¿A dónde crees que vas, calvorota?” – se mofa Ginkaku.
- “¿Tienes ganas de morir?” – se burla Kinkaku.
Krilín no responde.
Kinkaku desenvaina una gran cimitarra.
- “Ahora verás…” – sonríe con maldad.
Kikaku asesta un espadazo que parte a Krilín en dos… pero resulta ser solo un espejismo. El impacto con el suelo crea una profunda grieta en el suelo y un corte que se extiende por el aire a varios metros de distancia.
- “¡¿QUÉ?!” – se sorprenden los bandidos.
Krilín aparece detrás de Kinkaku y le propina un golpe en la cabeza con el bastón mágico.
- “¡AY! ¡AY!” – protesta el grandullón.
- “Así aprenderás.” – dice Krilín. – “Y que te sirva a ti de advertencia.” – dice mirando de reojo a Ginkaku.
Pero Kinkaku, lejos de amedrentarse, solo se enfurece.
Kinkaku se revuelve espada en mano, asestando un golpe que pretende cortar a Krilín por la mitad… pero éste lo detiene con su báculo sagrado.
- “¡¿CÓMO?!” – se sorprenden los hermanos.
- “¿Ha detenido la espada de siete estrellas…?” – murmura Kinkaku. – “¿…con un bastón?”
Krilín repele el arma empujando el bastón y luego éste se alarga, zancadilleando a Kinkaku, derribándolo de espaldas al suelo.
Ginkaku retrocede rápidamente.
- “No es un simple bastón…” – murmura el bandido. – “Y ese abanico…” – añade mirando de reojo a Chichi.
Kinkaku se pone en pie, furioso.
- “¡KINKAKU!” – exclama Ginkaku. – “¡No te confíes! ¡Estos muchachos también usan reliquias sagradas!”
- “Vaya, vaya…” – sonríe Kinkaku. – “Así que también coleccionáis reliquias… ¿Dónde has conseguido ese bastón?”
- “¿El bastón? Otro que tal…” – protesta Krilín. – “Es un regalo de mi maestro.”
Ginkaku se dirige a Chichi.
- “¿Y tú, muchacha?” – le pregunta a la hija de Gyuma. – “¿De dónde has sacado ese abanico?”
- “Es una herencia familiar.” – responde Chichi.
- “¿Herencia…?” – murmura Ginkaku. – “¡No me digas…!” – se sorprende de repente. – “¡¿No serás la hija del Rey Gyuma?!”
- “¡No te interesa!” – protesta Chichi.
- “Ya veo…” – sonríe el bandido de forma macabra.
Kinkaku se pone en guardia frente a Krilín.
- “Es la primera vez que alguien detiene esta espada.” – dice el bandido. – “¡Estoy emocionado! ¿Qué misterios se esconderán detrás de tu reliquia?”
Ginkaku se acerca a Chichi y ella se pone en guardia, nerviosa.
Kinkaku ataca de nuevo a Krilín, pero el alumno de la escuela Kame se agacha, dejando pasar el espadazo de su contrincante para contraatacar con un golpe de bastón en su barbilla que lo levanta del suelo y lo derriba una vez más de espaldas.
Mientras tanto, Ginkaku extiende su brazo derecho hacia Chichi y la cuerda que tiene enrollada se alarga mágicamente, enredándose en la empuñadura del abanico de la hija de Gyuma.
- “¡AH!” – se sorprende ella.
La cuerda se acorta mágicamente, reclamando el abanico, pero ella se resiste a soltarlo.
- “Jeje…” – ríe Ginkaku, que sostiene la calabaza en su mano izquierda.
Con un gesto de su pulgar, el bandido destapa el corcho de la botella y una ventisca se genera, creando un torbellino de viento que atrae a Chichi.
Los pies de la muchacha se deslizan sobre el suelo hacia la calabaza.
- “¡JAJAJA!” – ríe Ginkaku.
Krilín intenta socorrer a Chichi, pero Kinkaku se levanta y le ataca por la espalda, asesta un espadazo al aire que crea un filo de viento cortante que alcanza al joven, cortándole el gi y haciéndolo sangrar, cayendo al suelo.
La muchacha no puede evitar ser absorbida por el fuerte viento, que por arte de magia reduce su tamaño y la atrapa en la calabaza, mientras que el abanico cae en manos de Ginkaku, reclamado por la cuerda.
Los hermanos sonríen victoriosos.
- “La que nos faltaba…” – sonríe Kinkaku. – “El abanico de hoja de plátano.”
- “Con la cuerda del cielo, la calabaza carmesí y la espada de siete estrellas… ya tenemos las todas las reliquias de la Diosa Annin.” – dice Ginkaku.
- “Y además tenemos a la hija de Gyuma.” – sonríe Kinkaku. – “Podemos pedir un buen rescate.”
- “¿Un rescate?” – dice Ginkaku. – “¡Somos los más fuertes del mundo! ¡Nadie podrá pararnos! No tenemos que conformarnos con un rescate. Ni con un sueldo de la Red Ribbon.”
- “¡JAJAJA!” – ríe Kinkaku. – “Me gusta como piensas, hermanito.”
- “Y ese bastón…” – murmura Ginkaku. – “¿De dónde ha salido?”
- “No lo sé, pero es una buena propina…” – ríe Kinkaku, acercándose a Krilín.
De repente, el joven se mueve, sorprendiendo a los hermanos.
- “¡¿SIGUE VIVO?!” – exclama Kinkaku.
Krilín se levanta. El corte sangrante en su espalda.
Ginkaku da un paso al frente, sonriendo.
- “Estupendo.” – dice el bandido, armado con el abanico. – “Así podemos poner a prueba nuestra última adquisición.”
Krilín encara a los hermanos y se quita la funda del bastón.
- “La funda me ha protegido…” – murmura el joven.
Ginkaku empuña el abanico, listo para usarlo.
Krilín se arranca el gi roto.
- “Liberad a Chichi.” – exige el joven luchador.
- “Aquí está…” – se mofa Ginkaku, tocando la calabaza. – “Ven a por ella.”
Krilín se pone en guardia.
- “Me he confiado y Chichi lo ha pagado.” – dice el joven. – “Esta vez, no cometeré el mismo error.”
Ginkaku da un golpe de abanico que sacude la zona. Krilín se cubre y es empujado por el fuerte viento, deslizándose sobre el terreno unos pocos metros, pero a la vez el joven se sorprende al ver que la ventisca es inferior a la que generaba el abanico en manos de Chichi.
Ginkaku extiende su brazo derecho, proyectando la cuerda del cielo.
Krilín levanta con su pie el bastón mágico, lo agarra en el aire con su mano izquierda y lo usa para interceptar la cuerda, haciendo que luego se alargue, clavándolo en el suelo.
El joven corre hacia Ginkaku, que intenta reclamar su cuerda sin éxito.
Kinkaku interviene, intentando dar un espadazo de aire a Krilín, pero el joven se frena repentinamente y deja pasar el filo de aire de largo, que acaba cortando la cuerda del cielo.
- “¡¡LA RELIQUIA, IDIOTA!!” – protesta Ginkaku.
La cuerda se desenrolla del brazo de Ginkaku y cae al suelo.
Krilín cambia de dirección y ahora arremete contra Kinkaku, que levanta su arma para asestarle otro espadazo.
Pero Krilín acelera el paso y sorprende al bandido acortando distancias en un parpadeo.
- “¡PAPEL!” – exclama al desarmar al gigantón de un fuerte guantazo en la muñeca. – “¡TIJERAS!” – añade metiéndole los dedos en los ojos. – “¡Y PIEDRA!” – sentencia dándole un puñetazo en la nariz a Kinkaku, lanzándolo a través del campo de batalla.
Ginkaku, nervioso al ver caer a su hermano, prepara la calabaza.
- “¡¡TE ABOSBERÉ COMO A TU AMIGA!!” – exclama el bandido.
Krilín empuña la espada de siete estrellas, sorprendido por su peso.
Al destapar la botella, un fuerte viento atrae a Krilín hacia el bandido.
- “Tsk…” – protesta el joven.
Pero de repente tiene una idea.
Krilín lanza la espada hacia Ginkaku, pero en lugar de reducir su tamaño y ser absorbida por la calabaza, ésta no es afectada y corta la calabaza por la mitad.
- “¡¿QUÉ?!” – se asusta el bandido.
Con un puff, Chichi aparece de repente, libre de su prisión.
- “¿EH?” – se mira la muchacha, confusa sobre lo que ha ocurrido.
Ginkaku retrocede lentamente.
- “Maldita sea…” – refunfuña el bandido.
Chichi clava su mirada airada en él.
- “¡¡BASTARDO!!” – exclama la princesa, que toca con sus dedos índice de cada mano la gema que adorna su casco, proyectando así un rayo de energía verde que empuja al bandido, desarmándolo y derribándolo.
Krilín sonríe contento.
- “Jeje…” – pone los brazos en jarra.
Ginkaku, desesperado, intenta agarrar de nuevo el abanico de hoja de plátano, pero con un rápido movimiento, pero Chichi lanza la hoja de su casco y clava la mano del bandido en el suelo.
- “¡¡AAAAH!!” – grita Ginkaku.
Kinkaku, con la nariz rota y sangrando, se pone en pie.
- “Las… las reliquias…” – murmura viendo la cuerda cortada y la calabaza partida.
Chichi recupera su abanico ante la mirada del humillado Ginkaku.
Kinkaku se enfurece al ver el trabajo de toda una vida destruido.
Sin pensarlo, el gigantón carga contra Chichi.
- “¡¡ESTÚPIDA!!” – grita Kikaku. – “¡¡TE MATARÉ!!”
Chichi se revuelve mientras avienta su abanico y un vendaval empuja a Kinkaku, haciéndolo volar por los aires y que desaparezca en el cielo.
Ginkaku observa con horror la derrota de su hermano.
Chichi arranca la hoja de la mano del bandido.
- “Desaparece.” – dice Chichi. – “No quiero volver a verte por el Monte Frypan nunca más.”
Ginkaku gatea hacia atrás, aterrado, hasta que ha puesto distancia entre él y la princesa, para después levantarse y salir corriendo.
Chichi se cuelga el abanico a la espalda. Krilín recupera el bastón mágico.
La princesa se acerca al alumno de Son Gohan.
- “Me has salvado.” – dice Chichi. – “Muchas gracias.” – añade con una reverencia.
- “No tienes que agradecerme nada.” – dice Krilín. – “Mi forma de actuar te ha puesto en peligro. Lo siento.”
Los dos comparten una media sonrisa cómplice.
La princesa agarra la cimitarra y la apoya en su hombro.
- “¿No pesa mucho?” – pregunta Krilín, un poco sorprendido.
- “Menos de lo que esperaba…” – responde ella. – “Y ahora… a lo que hemos venido.” – sentencia Chichi, mirando las puertas abiertas de la central geotérmica.
Krilín y Chichi se adentran en la central, que ha quedado desértica tras el alboroto que han causado.
Los dos caminan por largos pasillos laberínticos del puesto de la Red Ribbon.
- “¿A dónde se supone que vamos?” – pregunta Krilín. – “Todo me parece igual…”
- “Es por aquí.” – dice Chichi.
- “¿Cómo lo sabes?” – pregunta Krilín, extrañado.
- “No lo tengo claro…” – responde ella. – “Pero puedo sentirlo… Una voz… Creo que me llama.”
- “¿Una voz?” – dice Krilín, con cierto repelús, recordando las historias de fantasmas que le contaba el viejo Gohan.
- “Es una voz dulce…” – dice Chichi. – “Amable… familiar…”
Krilín sigue a Chichi a través de los pasillos y bajando kilómetros de escaleras hacia el interior de la montaña, subiendo la temperatura a medida que continúan su descenso.
Finalmente, los dos llegan un gigantesco portal de hierro de unos cien metros de altura que tiene una pequeña grieta entre ambas puertas, como si hubieran sido forzadas sin mucho éxito, de la que emana un fuego abrasador que tiñe toda la gruta de rojo.
Las puertas de aspecto milenario contrastan con la zona excavada por máquinas de la Red Ribbon, que parecen haber desenterrado tal monumento.
- “Es aquí.” – dice Chichi. – “Estoy segura.”
Krilín se acerca a la puerta decidido a empujarla, pero se quema al tocarla.
- “¡Ay, ay, ay!” – protesta el joven.
Krilín usa el bastón para intentan empujar la puerta.
- “Vaya…” – suspira el joven. – “No se mueve…”
- “¿Habrá otra forma de entrar?” – pregunta Chichi.
Krilín sonríe con cierta fanfarronería.
- “Déjame probar…” – dice el muchacho, confiado.
El alumno de la escuela Tortuga lanza su mejor Kamehameha contra las puertas… pero el ataque se estrella contra ellas sin moverlas ni un centímetro.
- “No me lo puedo creer…” – dice Krilín, estupefacto.
Chichi se acerca al portal.
- “Es increíble…” – dice ella.
- “¡Ten cuidado!” – advierte Krilín al verla acercarse tanto al fuego.
La muchacha pone sus manos en las puertas, preocupando a Krilín.
Un chirrido de bisagras asusta a los muchachos, que retroceden al instante.
Las grandes puertas se abren lentamente.
- “¿Cómo lo has hecho?” – pregunta Krilín. – “¡Esas puertas estás ardiendo!”
- “No he hecho nada…” – dice Chichi, mirándose las manos. – “Estaban frías…”
Las llamas sorprenden a nuestros amigos, que tiene que cubrirse frente al extremo calor. El fuego azota ese nuevo mundo.
Agazapado tras una excavadora, el Doctor Yakisugi los observa.
- “¡Esa chica! ¡La princesa Chichi!” – piensa el científico. – “Resulta que ella era la clave… ¡Ha abierto la puerta!”
El fuego recibe a nuestros amigos, pues una intensa llamarada les frena al intentar adentrarse. Los dos se cubren frente al calor.
- “¿Qué hacemos?” – pregunta Krilín.
Chichi da un paso al frente y da un golpe de abanico… pero el fuego en lugar de extinguirse se aviva.
- “¡ESO SOLO LO AUMENTA!” – se asusta Krilín.
Chichi mira la espada que ahora cuelga de su cinturón.
- “Tengo otra idea.” – dice empuñando el arma.
La princesa asesta un espadazo hacia las llamas y un largo camino se forma entre ellas.
- “¡ESO ES!” – celebra Krilín.
Pero los dos se quedan en silencio al ver la silueta de una mujer al otro extremo del pasadizo de fuego.
Los dos muchachos se quedan asombrados al ver a alguien en este mundo ardiente.
La mujer parece caminar hacia ellos, ataviada con un elegante vestido rojo y blanco con hombreras y capa, y un sobrero adornado con dos plumas rojas finas y largas, que pronto revela sus finas facciones y su cabellera negra.
- “Que mujer tan hermosa…” – dice Chichi, ensimismada.
Krilín la mira de reojo, pues no tarda en darse cuenta del parecido entre ellas.
El Doctor se queda boquiabierto.
- “No… no me lo puedo creer…” – titubea el científico. – “¡Es la Diosa Annin!”
La mujer se acerca a Chichi y la mira con ternura. Ella no sabe cómo reaccionar.
De repente, la Diosa abraza a Chichi con fuerza.
- “Mi hija…” – llora Annin. – “Te he echado tanto de menos… ¡Has crecido tanto!” – se aparta para mirarla de arriba a abajo. – “¡Eres toda una mujer!”
Annin se fija en Krilín y le agarra las manos.
- “¿Este es tu novio?” – pregunta la Diosa. – “Es bajito… pero bastante apuesto.”
- “No, no…” – dice Krilín, avergonzado. – “No soy… no somos…”
Chichi parece conmocionada. Inmóvil ante la situación.
- “¿Mamá…?” – murmura en shock.
Annin se acerca a Chichi y se dispone a abrazarla de nuevo.
- “Hija mía…” – sonríe la Diosa.
Pero un guantazo de Chichi la detiene.
El golpe retumba en el corazón de la montaña. Krilín y el Doctor se quedan helados.
- “¡Como te atreves!” – le espeta Chichi. – “¡Abandonarnos a mi padre y a mí! ¡Hacernos creer que has muerto!”
Ella no responde. Chichi interpreta ese silencio con miedo.
- “Mi padre… él lo sabe…” – dice Chichi.
- “No… No lo recuerda.” – dice Annin con lágrimas en los ojos. – “Aunque fue una decisión que tomamos juntos. Mi razón de ser está ligada a este lugar.”
- “¿Quién eres?” – pregunta Chichi, con la voz rota.
- “Soy la guardiana del Horno de Ocho Divisiones.” – dice la Diosa. – “Annin”.
- “¿El Horno de Ocho Divisiones?” – repite Krilín, confuso.
Annin se cubre el rostro con vergüenza.
- “Conocí a tu padre un día en la montaña. Lo encontré inconsciente, deshidratado, había estado vagando sin rumbo. Su vida pendía de un hilo.” – explica ella. – “Tuve dudas, pues ayudarlo ponía en riesgo los secretos de la montaña… Pero ver a alguien tan fuerte y estoico en ese estado tan vulnerable…”
- “Le ayudaste…” – dice Chichi.
- “Me quedé a su lado hasta que despertó…” – dice Annin sonriendo con nostalgia. – “Su corazón amable y generoso me encandiló.”
Krilín pone una mueca de confusión, pues esa descripción dista del Gyuma que él ha conocido.
- “¿Y por qué te fuiste?” – pregunta Chichi.
- “Mi amor por él… y por ti… Hizo que olvidara mi deber durante un tiempo.” – responde Annin, cuya sonrisa desaparece. – “Pero el horno necesita un cuidador. La montaña reclamo mi atención… Lejos de este lugar, mi cuerpo se volvió mortal y enfermé. Ningún remedio pudo curarme… No me quedó más remedio que regresar a la montaña.”
Chichi la mira con lágrimas en los ojos.
- “Le pedimos ayuda a una bruja. Con un brebaje se borraron sus útlimos recuerdos.” – dice Annin. – “Lo decidimos juntos, por vuestro bien y el de la montaña.”
Krilín mira las llamas ardiendo a través del portal.
- “¿Qué pasaría si dejaras el horno?” – pregunta Krilín.
- “Las almas no podrían seguir su humo para llegar al Más Allá.” – dice Annin. – “Vagarían por la Tierra para siempre, sin saber que han muerto, atormentando a los vivos y sin poder descansar.”
El Doctor intenta acercarse para escuchar la conversación, pero un leve ruido lo delata.
La mirada furiosa de Annin se clava en Yakisugi. La montaña ruge y el fuego se aviva.
Annin arrebata el abanico a Chichi y con un movimiento genera una ventisca como nunca habían sentido Krilín y la hija de Gyuma.
El viento empuja al doctor y lo estampa contra la pared a la vez que hace tripas su ropa y le hace cortes por todo el cuerpo.
- “¡VOSOTROS!” – ruge Annin, cuya voz retumba por toda la montaña. – “¡Habéis profanado la montaña de fuego y mancillado las reliquias sagradas!”
El doctor llora de dolor, tirado en el suelo.
- “No… yo solo…” – suplica. – “Lo siento… solo soy un científico…”
Annin, llevada por la ira, levanta el abanico, dispuesta a darle el golpe de gracia.
Pero Chichi le sujeta el brazo.
- “¿EH?” – se sorprende la Diosa.
- “No es necesario.” – dice la princesa.
Annin tarda un segundo en reaccionar, pero luego su mirada de odio se convierte en melancolía.
- “Tienes el mismo corazón que tu padre.” – dice la guardiana.
Annin mira el fuego que arde al otro lado del portal.
- “Estos hombres y sus excavaciones han provocado fugas en el gran horno.” – explica ella.
- “El Monte Frypan ha estallado.” – dice Chichi.
- “¡¿Qué?!” – pregunta Annin, asustada. – “¡¿Y tu padre?!”
- “Está bien, no le ha pasado nada.” – responde Chichi.
Annin suspira.
- “Es más grave de lo que pensaba…” – cavila la Diosa.
- “¿No hay forma de cerrar las fugas?” – pregunta Krilín.
- “El fuego está fuera de control…” – dice Annin. – “Necesitaría mis reliquias para poder controlarlo de nuevo.”
Krilín y Chichi se miran con horror y cierta vergüenza.
- “Veo que ya tenéis dos, así que solo faltan la cuerda del cielo y la calabaza carmesí…” – continúa Annin.
- “¿Son todas imprescindibles?” – pregunta Krilín con miedo a la respuesta.
- “Por supuesto.” – responde Annin. – “El abanico aviva las llamas, la calabaza las absorbe, la espada las corta y la cuerda las ata. Es fuego del horno es muy especial. No se había descontrolado durante milenios, así que para ponerlo bajo control será necesario que las cuatro…”
- “Veras, mamá…” – la interrumpe Chichi. – “Hay un problema…”
- “Sí… las otras reliquias…” – dice Krilín.
- “Se han roto.” – termina Chichi, casi susurrando.
- “¡¿CÓMO?!” – se preocupa Annin.
- “Dos bandidos las tenían y hemos peleado contra ellos…” – se excusa Krilín.
- “Los hemos derrotado, pero la cuerda y la calabaza…” – dice Chichi.
Annin suspira.
- “Ya veo…” – dice con cierto cansancio de madre. – “Qué se le va a hacer…”
- “¿Hay otra opción?” – pregunta Krilín.
- “Forjaremos una nueva herramienta.” – dice Annin. – “Pero yo sola no podré hacerlo. Necesitaré tu ayuda, hija.”
- “Por supuesto” – asiente Chichi, emocionada.
- “Está bien.” – sonríe Annin. – “Aunque es un proceso largo… Tu padre va a preocuparse.”
- “¿No podemos ir juntas a decírselo?” – pregunta Chichi. – “Sé que es urgente, pero…”
- “Lo siento, Chichi.” – dice Annin. – “Yo jamás podré abandonar de nuevo el corazón de la montaña.”
- “Yo avisaré a Gyuma.” – dice Krilín. – “No os preocupéis.”
Chichi se acerca a Krilín y le da un beso en la mejilla que lo coge por sorpresa.
- “¿Eh?” – murmura Krilín, sin saber cómo reaccionar.
- “Muchas gracias.” – dice Chichi.
El joven, sonrojado, se despide con una reverencia.
- “No hay de qué, princesa.” – dice Krilín.
Al darse la vuelta, Annin se fija en el bastón que lleva a la espalda.
- “Ese bastón…” – murmura ella.
- “¿Ocurre algo, mamá?” – pregunta Chichi.
- “No, nada.” – sonríe Annin.
Madre e hija se adentran en el horno mientras las puertas milenarias se cierran tras ellas, mientras en entre las llamas del horno puede verse el ave fénix revoloteando, con la cola hecha de las mismas plumas largas y finas que adornan el sombrero de Annin.
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