Red World / Parte II: Guerra por el Mundo
“¿Debería estar impresionado?”
La Capital del Norte sigue en llamas. Los invasores, gracias a la aparición en el campo de batalla de Kaizo, están retomando el control de la ciudad.
Kaizo camina por la avenida, llena de socavones y edificios caídos, cuando un puño metálico volador se aproxima a él por un callejón a su derecha.
Pero como ocurrió con el misil del Battle Jacket, el puño se detiene en el aire a pocos metros de impactar, atrapado por el campo electromagnético de Kaizo, emitido por la pequeña computadora que lleva en su antebrazo derecho.
- “¿Un robot de combate?” – murmura el extraterrestre. – “Puede que no estén tan atrasados como creía…”
El gigante llamado Sargento Metallic sale del callejón, inexpresivo, y mira desafiante al invasor.
Kaizo mira el puño de metal y éste colapsa, convirtiéndose en un amasijo de chatarra.
- “Pero siguen siendo una civilización primitiva.” – sonríe el extraterrestre.
El invasor remite el ataque, pero Metallic lo intercepta con un misil lanzado por su boca.
La explosión sacude la zona y derriba los edificios que constituían el callejón.
Mientras tanto, levitando sobre el mar, a miles de kilómetros de distancia, Guanai se encuentra frente a un humano.
- “¿Quién eres tú?” – pregunta el extraterrestre. – “No sabía que los humanos pudieran volar… ¿O acaso no eres humano?” – lo mira detenidamente.
- “Es refrescante encontrarme con alguien que no me conoce.” – responde el terrícola. – “Soy el asesino más famoso de todos los tiempos, con permiso de mi maestro, ahora que también van a conocerme más allá de la Tierra.”
- “¿Cómo dices?” – murmura Guanai, confuso ante la prepotencia de su contrincante.
- “Me llamo Ten Shin Han.” – revela el asesino de tres ojos.
Guanai ríe a modo de burla.
- “¡Jajaja!” – se mofa el lagarto. – “Puede que al final esto resulte divertido.”
El lagarto golpea sus puños, intentando intimidar al terrícola. Ten Shin Han, muy serio y sereno, no responde.
Guanai muestra los dientes.
- “¡A ver de qué eres capaz!” – exclama abalanzándose sobre Ten con el puño en alto. – “¡YAAH!”
Ten Shin Han no reacciona cuando el extraterrestre lanza su puñetazo, que atraviesa la silueta intangible del terrícola.
- “¡¿Qué?!” – se sorprende Guanai, al ver que era tan solo una imagen residual.
Ten Shin Han propina una patada por la espalda al lagarto y lo lanza contra el mar, en el que se hunde con una gran salpicadura.
Mientras tanto, en el despacho del Rey, el Comandante Red da otra calada a su puro.
- “¡¿El asesino Ten Shin Han?!” – se sobresalta Su Majestad. – “¿Por qué no me sorprende…?” – refunfuña apretando los puños. – “La Red Ribbon siempre se asocia con gente de la peor calaña.”
- “Usted ha jugado según las reglas…” – dice Red con prepotencia. – “Y para salvar la Tierra ha tenido que recurrir a mí.”
- “Ten Shin Han cumplirá su misión.” – dice Tao Pai Pai, sobresaltando al Rey con su presencia, pues está a unos pocos centímetros de él y ha entrado a la habitación sin hacer ruido.
- “¡Ah!” – se aparta Su Majestad, tropezando y casi cayendo al suelo, teniendo que sujetarse con una silla.
El histórico asesino camina hasta situarse detrás y a la derecha del Comandante Red. Tao viste un elegante gi morado de estilo chino con el kanji “SATSU” en rojo en el pecho.
- “Le presento a mi guardaespaldas personal.” – anuncia Red. – “Me acompañará una temporada mientras llevamos a cambio la transición de poder…” – sonríe. – “Me fio de su palabra, Majestad, pero ¿quién sabe lo que pude ocurrir…? ¿verdad?”
- “Puede estar tranquilo, señor.” – asevera Tao Pai Pai. – “Siempre y cuando cumpla su parte y sea generoso con mis honorarios.”
- “¡Jajaja!” – ríe Red. – “Por supuesto.” – dice haciendo un gesto con la mano, quitando importancia al dinero. – “Eso no será un problema. ¿Le gusta el traje nuevo?”
- “Es muy elegante y muy cómodo.” – responde el asesino. – “Tiene usted buen gusto.”
- “Me alegro.” – sonríe Red. – “Lo ha hecho mi sastre personal.”
En la Ciudad del Norte, Kaizo y sus robots siguen avanzando.
En la nave espacial, los robots recopilan datos cuando, de repente, algo impacta sobre la nave. El techo se les viene encima.
- “¡¡AAAAH!!” – gritan.
Kaizo recibe la comunicación por un pinganillo y se da la vuelta para ver su nave humeante.
- “¿Qué ha pasado?” – se pregunta.
Un robot superviviente se acerca al cráter que se ha formado en la nave y mira en su interior.
- “¡¿Qué ha sido eso?!” – pregunta otro robot. – “¡¿Por qué no lo hemos detectado?!”
- “Es… solo… ¿un cilindro de piedra?” – responde confuso el primero.
Una columna rosada ha atravesado el casco por completo hasta incrustarse en el suelo, bajo la nave.
En el mar helado, la zarpa de Guanai se agarra a un bloque de hielo.
- “Maldito…” – gruñe el lagarto, saliendo del agua.
Al alzar la mirada, se encuentra con Ten Shin Han delante de él, con las manos en la espalda.
- “Parece que no solo soy el más fuerte de este mundo.” – dice Ten con prepotencia, pero también con cierta decepción.
El lagarto se pone en pie, frustrado.
- “¡No te lo creas tanto!” – exclama Guanai.
El mixxileo intenta comunicarse con la nave mediante un pinganillo, pero se da cuenta de que lo ha perdido.
Guanai, frustrado, se abalanza sobre Ten y le propina un fuerte puñetazo. El asesino se protege con ambos antebrazos frente al pecho.
El golpe hace que Ten se deslice varios metros sobre la resbaladiza superficie de hielo.
- “Je, je, je…” – presume el extraterrestre.
Ten se frota el antebrazo derecho, luego el izquierdo.
- “Eres fuerte.” – dice el terrícola. – “Eso lo admito.”
- “¿Que soy fuerte?” – repite Guanai, sintiéndose ninguneado. – “¡¿Lo dices tú con 100 unidades?!”
- “¿100 Unidades?” – se extraña Ten. – “¿Qué significa eso?”
Guanai sonríe.
- “Ni siquiera sabes tu nivel de combate…” – dice el mixxileo. – “Pues deja que te informe. Nuestros sistemas de radar pueden sentir el poder de combate de cada individuo y calcularlo… Y en tu caso, te fueron asignadas 100 unidades.”
- “Ya veo…” – murmura Ten.
- “El poder de combate de este planeta es tan débil que nuestros radares tienen problemas para detectaros.” – se mofa Guanai.
- “Eso es todavía más interesante.” – dice el terrícola.
En la nave invasora, un robot observa una pantalla del radar, que con dificultad aún funciona.
- “Señor Kaizo.” – comunica al extraterrestre. – “Parece que el señor Guanai se ha detenido en mitad del mar.”
- “¿Acaso está peleando?” – pregunta Kaizo.
- “Es posible…” – dice el robot. – “Viendo los datos recopilados de su log de viaje desde nuestra posición, parece que se ha topado con un sujeto que ronda las 200 unidades.”
- “¿200 unidades?” – se extraña Kaizo.
- “Aunque luego ha desaparecido…” – sigue hablando el robot, un poco confuso. – “Seguramente el señor Guanai lo haya derrotado.”
Guanai sonríe y se relame.
- “Siento comunicarte que no tienes nada que hacer.” – presume el lagarto. – “Mi fuerza de combate es de 320.”
- “¿Debería estar impresionado?” – pregunta el asesino.
- “Qué insolente…” – gruñe Guanai. – “Pero supongo que aún no entiendes el significado de esa diferencia…”
- “Pues explícamelo.” – lo provoca Ten, con una serenidad que hace que le hierva la sangre a su adversario.
Guanai muestra los dientes, furioso.
- “¡NO TE BURLES DE MÍ!” – exclama al cargar contra el asesino.
Ten Shin Han intercepta al alienígena con una veloz combinación de golpes con la mano abierta que derriba a su contrincante, de espaldas al suelo. Ten se queda en pose de combate.
Guanai sangra por el labio.
- “¿Qué significa esto…?” – gruñe el mixxileo. – “¿Por qué eres tan fuerte…? Solo tienes 100 unidades…”
- “Deberías dejar de pensar en esas cifras y centrarte en el combate.” – responde Ten.
En la nave alienígena, el radar muestra de nuevo una alarma.
- “¿Eh?” – se sorprende un robot. – “¿Será otro fantasma?”
- “¿Qué ocurre?” – pregunta Kaizo. – “El radar ha detectado una nueva anomalía junto al señor Guanai.”
- “¿Otra anomalía?” – se extraña Kaizo. – “¿Cuánto indica?”
- “Una fuente de energía que roza las 270 unidades.” – confirma el robot.
Kaizo frunce el ceño.
- “No es un fantasma…” – se preocupa. – “Es posible que algunos individuos de este planeta puedan modificar su fuerza de combate durante la batalla…”
- “¿Es eso siquiera posible?” – pregunta el robot.
- “He oído rumores de que algunas razas capaces de hacerlo.” – responde Kaizo.
- “Si es así…” – se preocupa el robot. – “El señor Guanai…”
- “Ese idiota se ha metido en un lío…” – refunfuña el invasor.
En la azotea de un edificio, un soldado vestido con una gabardina morada y un pañuelo rojo en el cuello dispara con un lanzacohetes a Kaizo.
Como era de esperar, el cohete se detiene al entrar en el campo electromagnético del extraterrestre.
El soldado esboza una pícara media sonrisa.
El misil lanzado tiene un pequeño contador que alcanza el cero y estalla a poco más de un metro de distancia de Kaizo, empujándolo a través del campo de batalla.
El extraterrestre es interceptado por el Sargento Metallic, que le propina un puñetazo al vuelo y lo lanza de nuevo contra el suelo.
Kaizo, magullado, se reincorpora mientras maldice a sus enemigos, que lo han cogido desprevenido.
Metallic corre hacia él, listo para darle una patada, pero al acercarse a unos pocos metros el robot se detiene repentinamente, como si una fuerza invisible lo sujetara con fuerza.
Kaizo acaba de levantarse.
- “Has tenido suerte una vez.” – sentencia el invasor.
Con un gesto, el extraterrestre hace que la cabeza del robot empiece a girar sobre sí misma hasta que es arrancada de su cuerpo.
El robot se queda inmóvil de pie. Kaizo le da la espalda.
En ese instante, el robot se abalanza por sorpresa sobre el invasor y lo abraza por la espalda.
- “¡¿QUÉ?!” – se sorprende el alienígena. – “Tsk…” – protesta mientras es estrujado por Sargento.
El dispositivo electrónico que lleva Kaizo en el antebrazo se resquebraja bajo la presión y empieza a chispear.
- “Maldito…” – gruñe el extraterrestre.
Pero con su propia fuerza empieza a hacer retroceder los brazos de Metallic.
Finalmente, el Sargento cede y Kaizo se libera.
El pirata se revuele y propina un puñetazo en el pecho del enemigo que rompe su armazón y se introduce en su cuerpo.
Kaizo saca el puño del interior de Metallic, arrancando así un amasijo de cables.
El gigante robótico se desploma de rodillas al suelo y luego cae de espaldas como si fuera un muñeco de trapo.
En el despacho del Rey, Red es informado de los últimos sucesos.
- “¿Qué?” – empieza a impacientarse. – “¿Y dónde está Ten Shin Han?” – pregunta.
- “No lo sabemos, señor.” – responde el soldado informante, con miedo visible en todo su cuerpo.
El Comandante usa el teléfono rojo para hacer una llamada.
En un despacho del Cuartel General de la Red Ribbon alguien coge el teléfono.
- “Oficial del Estado Mayor Black.” – anuncia quien descuelga, un hombre trajeado de piel negra.
- “Aquí el Comandante Red.” – responde el líder. – “¿Dónde está Ten Shin Han?”
- “¿El asesino?” – se extraña Black. – “Salió de aquí a la hora prevista…”
- “¿Quién le acompañaba?” – pregunta Red. – “¿El Capitán Yellow?”
- “No señor.” – dice Black. – “Se fue solo.”
- “¿Solo?” – se extraña el Comandante. – “¿Le dejaste un jet?”
- “No exactamente…” – dice Black, mirando de reojo como en el balcón falta una columna.
Red cuelga el teléfono, malhumorado.
- “¿Qué explicación me das, Tao Pai Pai?” – pregunta el Comandante, inquisitivo.
- “Algo lo habrá entretenido.” – responde el asesino.
- “Más le vale llegar pronto…” – protesta Red. – “O voy a descontar cada unidad perdida de vuestros honorarios.”
El Comandante da otra calada a su puro y exhala el humo mientras mira a un punto fijo en la nada, pensativo.
- “¡Soldado!” – llama la atención del informador.
El soldado se pone firmes de un salto.
- “¡SÍ, SEÑOR!” – exclama tenso.
- “Avise al General White.” – ordena Red. – “Dígale que tiene permiso para poner a prueba su monstruo. Autorización RR-A08.”
- “¡Sí, señor!” – exclama el soldado, saludando.
En unos minutos, el despacho más alto de la Muscle Tower recibe una llamada que responde el General White en persona.
- “Dígame.” – responde el General. – “De acuerdo. Confirmo RR-A08.”
El General cuelga el teléfono y enseguida marca otro número.
En el interior de una oscura celda, alguien espera sentado en el suelo en una esquina cuando suena un teléfono.
Al otro lado de los barrotes, un soldado pelirrojo que estaba sentado en un taburete junto a la puerta, se levanta para coger el teléfono.
- “¿Está seguro, señor?” – pregunta el soldado, con sorpresa y cierta pena. – “No, señor. No pretendía.” – se disculpa. – “Confirmo RR-A08.”
Unos ojos tristes observan desde la oscuridad de la celda.
El soldado cuelga el teléfono y suena una alarma que anuncia la apertura de la verja.
- “Nos han llamado, Octavio.” – anuncia el soldado. – “Hay que moverse.”
- “¿Tenemos que pelear, Coronel?” – pregunta el gigante mientras se pone en pie.
- “Así es, grandullón.” – responde el soldado pelirrojo de ojos tristes, forzando una sonrisa. – “Nos toca salvar la Tierra.”