Planeta maldito / Parte II: Canción del viejo albor
“Estos instrumentos están llamados a detener el avance del demonio Hildegarn.”
En Konats, el recién liberado Hildegarn avanza por la ciudad, arrasando las calles con su aliento de fuego, calcinando a todo el que encuentra a su paso.
El sacerdote del templo corre hacia las catacumbas, en busca de unos artefactos guardados en una vitrina: una espada y dos ocarinas. Estos artefactos son considerados un regalo de los Dioses. Los textos antiguos, narrados parcialmente en murales en las paredes de la sala, explican como esos objetos son lo único que puede detener al demonio al que se enfrentan.
Dos guardianes del templo y un pequeño aprendiz han visto al sacerdote y lo persiguen por los pasillos.
- “¡¿Qué podemos hacer para ayudar, padre Yuco?!” – pregunta el mayor de los tres.
El sacerdote se detiene un breve instante y escucha a su compañero.
- “Me alegro de tenerte a mi lado, Madoca” – le dice el sacerdote al mayor de los guerreros. – “¿Cuánto lleváis en la orden, muchachos?” – pregunta el sacerdote a sus acompañantes.
- “Diez años, señor” – responde el mayor.
- “Dos años” – responde el más joven del grupo.
- “Son mis hijos.” – añade Madoca.
- “¿Cómo os llamáis?” – pregunta el clérigo.
- “Tapion” – responde el mayor.
- “Minosha” – se presenta el pequeño. –
El sacerdote entrega una ocarina Madoca y otra a Tapion.
- “Estos instrumentos están llamados a detener el avance del demonio Hildegarn.” – dice el sacerdote. – “Confío en vosotros.” – añade mientras se coloca la Espada Sagrada en la espalda.
- “¿Y qué hago yo?” – pregunta Minosha.
- “Nosotros nos encargaremos del monstruo, hijo.” – dice Madoca, esbozando una sonrisa para intentar reconfortar a Minosha. – “Tú intenta ayudar a los heridos.”
Mientras tanto, en el templo Yahirodono, los siete brujos observan los acontecimientos desde una gran bola de cristal que adorna la sala del tempo en la que se encuentra en Amenoukihashi.
- “¡COSECHA, HILDEGARN!” – exclama Arak. – “¡COSECHA LAS VIDAS DE ESTOS MISERABLES!”
- “¡SÉ LA LANZA QUE RESQUEBRAJA EL ESPACIO TIEMPO!” – exclama Zunama. – “¡ABRE EL PORTAL PARA QUE REGRESE NUESTRO MAESTRO!”
Con cada vida segada, los jeroglíficos del Amenoukihashi brillan con más intensidad.
En el planeta del Hakaishin, Sidra, Beerus, Champa, el ángel Campahri, el Kaioshin del Norte Madas y el Dai Kaioshin se encuentran observando lo ocurrido a través de la imagen mostrada por la cara del ser celestial.
- “¿Qué es esa cosa?” – pregunta Beerus.
- “Un demonio…” – murmura Champa.
- “Su energía es… desconcertante.” – dice Sidra. – “Nunca había sentido un ki de esas características.”
- “¡Debemos hacer algo!” – exclama Madas.
- “Intervenir en los asuntos mortales no se nos está permitido…” – reflexiona el Dai Kaioshin.
- “¡ESTAMOS HABLANDO DE LOS KASHVAR!” – insiste Madas. – “¡CONOCÉIS LA LEYENDA!”
- “¡Son solo habladurías!” – responde Beerus.
Sidra parece indeciso y busca respuestas en el ángel.
- “¿Qué opinas, Campahri?” – pregunta el Hakaishin.
- “Los ángeles no habíamos sido creados cuando “el que vio” dio problemas en el universo.” – responde ser celestial. – “Creo que no puedo ayudarle, señor Sidra.”
En Konats, el monstruo sigue caminando por las calles, arrasando con todo lo que encuentra a su paso.
Hoi y Rota sobrevuelan el lugar, disfrutando de los fuegos de artificio.
- “¡Pronto, Rota!” – exclama Hoi. – “¡Nuestro amado maestro volverá!”
En ese instante, Rota se da cuenta de que tres konatsianos corren a contracorriente a través de la multitud, en dirección al monstruo.
- “¿Qué están…?” – se pregunta, antes de darse cuenta de que llevan los tres objetos sagrados. – “Malditos…” – refunfuña.
De repente, los dos brujos aparecen en el camino de Yuco, Madoca y Tapion.
- “¡Sabio Rota! ¡Sabio Hoi!” – exclama el clérigo, aliviado al ver a los dos magos. – “¡Me alegro de que estén aquí!”
- “Nosotros nos encargaremos del monstruo” – dice Hoi. – “Entregadnos los artefactos sagrados.”
Tapion está dispuesto a entregar su ocarina al brujo, pero Madoca le detiene.
- “No me fío.” – dice el guerrero konatsiano.
- “Pero son los Siete Sabios…” – dice Tapion.
- “Siento una presencia extraña en ellos.” – insiste su padre.
Yuco escucha al guardián.
- “Nosotros nos encargaremos.” – dice el sacerdote, atento a la reacción de los brujos.
- “No seáis ingenuos.” – dice Hoi. – “Solo nosotros podemos detener al renacido Hildegarn.”
- “Entregadnos los artefactos.” – insiste Rota.
- “Como guardianes del templo, éste es nuestro trabajo.” – responde Madoca.
Hoi niega con la cabeza.
- “No permitiremos que os entrometáis en nuestros planes.” – sentencia el brujo.
Yuco desenfunda la Espada Sagrada. Madoca y Tapion blanden también sus hojas.
- “¡ATENTOS!” – advierte el sacerdote.
Rota coloca sus manos en el suelo y genera una gran cúpula de fuego que rodea y cubre a los tres konatsianos y a los dos magos.
- “No iréis a ninguna parte.” – dice el brujo.
Cerca de allí, Minosha estaba ayudando a una anciana herida, pero siempre sin perder de vista a su padre y a su hermano.
- “¡PAPÁ!” – grita el pequeño konatsiano. – “¡TAPION!”
En el planeta del Hakaishin, Madas siente una presencia mágica que los demás son incapaces de sentir.
- “¡SE ACABÓ!” – exclama el Kaioshin, que se teletransporta al Konats.
- “¡NO! ¡MADAS!” – intenta detenerle el Dai Kaioshin, pero ya es demasiado tarde.
Madas aparece en Konats, en el templo Yahirodono, en medio de la sala del Amenoukihashi, donde se encuentran los cinco brujos.
- “¡UN KAIOSHIN!” – grita Bibidí, asustado.
- “¡¿Cómo nos ha detectado?!” – se pregunta Salabim. – “¡No debería ser posible! ¡Un conjuro nos protege!”
Madas observa a los cinco brujos detenidamente.
- “Kashvar…” – murmura al ver su símbolo en varias pinturas.
De repente, el Kaioshin se fija en el gran monumento central, que desprende una extraña presencia.
- “¿Qué…? ¿Qué es esto?” – titubea el Dios.
- “¡NO DEBERÍAS HABER VENIDO!” – interviene Arak, apuntando con su mano a Madas y empujándole contra la pared.
El Dios se levanta con dificultad.
- “La fusión ha mermado mis fuerzas…” – murmura Madas. – “Pero me ha otorgado otras habilidades.” – esboza una pícara sonrisa.
El Kaioshin junta sus manos en una palmada y, sin separarlas, alza sus brazos al cielo. El gesto provoca que cientos de raíces broten del suelo e intenten atrapar a los brujos, que se ven obligados protegerse con barreras de energía.
- “Tú no eres un Kaioshin normal…” – murmura Salabim.
- “Mi puesto está comprometido desde que pisado este planeta” – responde Madas.
En ese instante, Majora aparece como un rayo y golpea la palma de su mano el abdomen del Kaioshin, haciendo que caiga de rodillas, dolorido.
- “Yo me encargo, maestros.” – dice el zorro.
Majora alza su mano, listo para dar el golpe de gracia al Dios.
En el último instante, Beerus aparece y agarra la mano del feneco.
- “¿Cómo te atreves a poner tu mano mortal sobre un Dios?” – le dice el felino con desprecio, antes de propinar un puñetazo a Majora y estrellarle contra la pared del laboratorio.
Un instante después, Sidra, Champa y el Dai Kaioshin aparecen, acompañados por el ángel Campahri.
Los brujos, asustados, retroceden lentamente ante la presencia de los Dioses.
Sidra se arrodilla y coloca su mano en el suelo.
- “Hakai” – murmura el Dios.
Pero nada ocurre.
- “¿Qué significa esto?” – se pregunta el Dios de la Destrucción. – “¡HAKAI!” – repite, con el mismo resultado.
- “Creo que es esa cosa…” – dice un dolorido Madas, señalando el Amenoukihashi.
Los Dioses contemplan horrorizados el monumento.
- “¿Qué diablos es eso?” – se pregunta el Dai Kaioshin.
Los Kashvar se dan cuenta de que el poder destructor del Dios no funciona en su templo.
- “¡JAJAJA!” – ríe Salabim. – “Ya sabéis como se sienten los mortales con los que jugáis.”
En la ciudad, dentro de la cárcel de fuego, el sacerdote pide explicaciones a los brujos.
- “¿Por qué?” – pregunta Yuco. – “¿Por qué nos traicionáis?”
- “Nunca hemos estado de vuestro lado” – sonríe Hoi.
Madoca se coloca delante de su hijo, dispuesto a protegerlo.
- “¡PAGARÉIS ESTA TRAICIÓN!” – exclama el guardián. – “¡POR KONATS!” – grita al abalanzarse sobre el brujo.
Hoi apunta con sus manos al sacerdote y detiene su avance, haciéndole levitar un breve instante antes de lanzar al guardián contra el muro de fuego, donde muere calcinado en un solo segundo.
- “¡PAPÁ!” – exclama Tapion.
- “Maldita sea…” – refunfuña el sacerdote.
La ocarina que portaba al guerrero, inmune al fuego gracias al poder que alberga, cae fuera de la cúpula flamígena y es recogida por Minosha.
En el interior del fuego, el sacerdote se prepara para luchar contra los magos. Tapion, afectado por la muerte de su padre, se queda petrificando, mientras por su mejilla se derrama una silenciosa lágrima.
Hoi agarra al joven guardián con su magia, haciéndole levitar.
- “¡SUELTA AL MUCHACHO!” – exclama Yuco.
De repente, una música inunda el lugar. La gente, que corría despavorida, se detiene al escuchar tan triste pero preciosa melodía. Incluso el monstruo, que rugía con un grito ensordecedor mientras quemaba la ciudad, parece detener su frenesí al escuchar esa canción.
La música atraviesa la cúpula de fuego, llegando a los oídos de Tapion y Yuca.
- “La ocarina…” – se sorprende el sacerdote.
- “Minosha…” – murmura Tapion, al reconocer la canción.
Tapion y Minosha recuerdan a su padre, cantándoles una canción del folclore popular konatsiano frente al fuego cuando eran unos niños, antes de que se unieran a la guardia del templo.
- “De la luz de un viejo albor, volverá un gran horror. Las sombras caminarán por Konats una vez más.” – canta Madoca. – “Del la luz de un viejo albor, nacerá un salvador. Luchará contra el horror y traerá, un nuevo resplandor. Y el mundo en comunión clamará con devoción; y el amor y el dolor serán uno en nuestro corazón.” – continúa. – “Nunca dejes de cantar la canción de Konats, que la gente oiga tu voz; que sepan que llega el salvador.”
El sacerdote se da cuenta de que la ocarina no ha sido calcinada y, por lo tanto, los artefactos sagrados deben estar protegidos ante la magia de los brujos.
La cúpula de fuego se vuelve inestable y cada vez es más fina, dejando entrever el exterior a través de las llamas.
Yuco se abalanza espada en alto contra Hoi, que se ve obligado a soltar a Tapion y centrar su atención el sacerdote, al que detiene con su magia.
Tapion, ahora libre, se pone a tocar su ocarina, acompañando la melodía de su hermano.
El poder combinado de los dos instrumentos anula el fuego de los brujos y libera a Yuco.
- “¡¿QUÉ SIGNIFICA ESTO?!” – se sorprende Rota.
El sacerdote, con un rápido movimiento, decapita al jabalí.
- “¡ROTA!” – grita Hoi.
Yuco se prepara para embestir a Hoi, pero éste huye teletransportándose al Templo Yahirodono, donde se encuentra con una batalla campal.
El Dai Kaioshin se enfrenta a Bibidí. Cientos de rocas vuelan entre los dos, sin que ninguna logre alcanzar al enemigo.
Beerus propina una paliza a Majora, que es incapaz de seguir el ritmo del gotokoneko.
Madas intentan detener a Arak, que ha dado vida a dos guerreros de piedra para que le protejan.
Sidra persigue a Iwen por la sala, pero éste utiliza su teletransporte para intentar escabullirse y mantenerse fuera del alcance del Dios.
Champa sorprende a Zunama y lo noquea de un simple golpe en la nuca.
- “Ha sido fácil…” – sonríe el gotokoneko.
Pero pronto se da cuenta de que era una trampa. El cuerpo de Zunama se convierte en agua que envuelve al felino y lo atrapa.
- “¡JAJAJA!” – ríe el mago, que se encuentra a salvo a una distancia segura.
Mientras tanto, Campahri sobrevuelta la ciudad en solitario, observando al monstruo Hildegarn dirigirse hacia los tres konatsianos que pretenden hacerle frente.
- “Muy interesante…” – sonríe el ángel.