Kamakiri // Parte I: Pandemia
“He conseguido uno de esos libros que tanto le gustan.”
En un mundo remoto azotado por una terrible pandemia parasitaria, un doctor trabaja para encontrar una cura en el sótano de una cabaña de madera en la montaña. El lugar ha sido convertido en un improvisado laboratorio, adaptado de la mejor manera posible. Cortinas de plástico semitransparente dividen el habitáculo en distintas zonas, y una docena de mesas metálicas llenas de frascos de cristal y probetas selladas están repartidos por el sótano, conformando distintas estaciones de trabajo.
El doctor, vestido con una bata blanca y llevando una mascara aislante, trabaja en una cura para la enfermedad que azota el planeta.
Una tos aguda en el piso de arriba interrumpe al científico, que no duda en abandonar sus experimentos. El personaje camina hasta uno de los "box" formados con las cortinas y se quita la bata, avanza hasta el siguiente y se desnuda, y continúa hasta un tercero, en el rincón del sótano, donde hay una vieja ducha, y procede a lavarse con productos químicos desinfectantes y un áspero estropajo. Su piel está seca y quebradiza por el abuso de ese tipo de productos, y el poco cabello que le queda se cae a mechones.
En unos minutos, el doctor se ha cambiado de ropa, ahora vestido con ropa de calle, y ha subido a la vivienda, donde su hija pequeña se ha despertado y se ha sentado delante de la venta, desde donde contempla el paisaje exterior.
- “¿Ya te has despertado?” – pregunta el doctor. – “Es muy pronto. Aún puedes dormir un rato más, si quieres.”
- “Tengo hambre.” – responde la niña.
- “Está bien.” – sonríe su padre. – “Te prepararé el desayuno.”
El doctor abre una despensa casi vacía. Comida enlatada, alimentos conservados en tarros de cristal, sacos de cereales y legumbres. El hombre agarra un bote de mermelada y regresa a la cocina, pero el horror le invade al encontrar a la pequeña desfallecida en el suelo.
- “¡Cariño!” – grita mientras corre a socorrerla.
El hombre abraza a su hija, que no responde.
- “¡Despierta!” – exclama, mientras la sacude intentando que reaccione. – “No me hagas esto…” – suplica. – “Tú también no…” – llora.
Cinco años después del terrible suceso, el médico, vestido con una bata negra y una máscara de gas, camina por las calles de una ciudad vacía con una bandolera colgada. Solo unos pocos se atreven a salir de sus casas, siempre ataviados con máscaras y equipamiento aislante.
El doctor camina por las calles de la metrópolis hasta un barrio de chabolas. En este lugar, mucha gente no lleva protección. Algunos se cubren la boca con pañuelos, pero es inútil. Su fatal destino es cuestión de tiempo.
El hombre se adentra en el barrio hasta encontrarse con un tipo esperando en una esquina. Un individuo vestido con un traje de repartidor y una mascarilla con doble filtro. El personaje tiene la tez color salmón, ojos rasgados, orejas puntiagudas y labios rosados, y carga con un carrito de reparto.
- “Buenos días, Dr. Kamakiri” – saluda el misterioso individuo.
- “¿Qué tienes para mí, Monaka?” – pregunta el doctor.
- “He conseguido uno de esos libros que tanto le gustan.” – dice el repartidor, entregándole el documento. – “Viene de las ruinas del planeta Aknon.”
- “¿Es original?” – pregunta Kamakiri, que ojea rápidamente el documento.
- “El coleccionista que lo compró, lo pagó a ese precio.” – responde Monaka. – “Y no estará contento cuando se entere que su paquete se ha extraviado…”
Kamakiri guarda el libro en su mochila.
- “Gracias” – dice el doctor, que de otro compartimento de la misma bolsa saca cuatro viales de una sustancia azul celeste. – “Con esto tendréis para dos meses. He mejorado la fórmula.”
- “Quince días por vial…” – murmura el repartidor. – “Esto es todo lo que tenemos, ¿eh?”
- “Es todo lo que he logrado.” – responde el doctor.
- “Es mejor que nada.” – suspira Monaka. – “Gracias.” – añade guardando los viales. – “Espero poder tener algo nuevo para ti antes.”
- “Lo mismo digo.” – dice el doctor. – “Nos vemos en dos meses.”
Los dos individuos se separan. El repartidor debe seguir con su trabajo, y el doctor regresa a casa.
Horas más tarde, Kamakiri, en su laboratorio, realiza fotografías al libro comprado a través de un contenedor aislante de metacrilato con guantes, para poder estudiarlo mejor.
En el documento se narran las leyendas del planeta Aknon y una vieja civilización que recuerda a los antiguos egipcios de la Tierra. En el libro vienen descritos antiguos ritos mágicos en los que se sana a los enfermos y se resucita a los muertos.
El doctor sigue sacando fotografías cuando algo le llama la atención.
- “Otra vez estos símbolos…” – murmura Kamakiri. – “El ojo pintado y el pájaro… Los he visto antes.”
Kamakiri se acerca a su ordenador y recorre todos sus archivos hasta encontrar lo que busca. El ojo y el pájaro aparecen en otras obras de civilizaciones lejanas en el tiempo y el espacio.
El médico lee con atención los documentos, comparando los relatos y deteniéndose a tomar apuntes cuando lo cree necesario, pero no se deja llevar por la esperanza. Hasta ahora, todos los textos antiguos que ha encontrado han resultado no ser más que patrañas.
Finalmente, tras horas de trabajo sin descanso, Kamakiri ha reunido toda la información que considera relevante, combinando todos los relatos para revelar un a hilo común entre ellos; Las historias narran la llegada de una Diosa alada que trajo prosperidad a esos planetas mediante poderes desconocidos.
Los textos describen a una mujer tan bella que era capaz de doblegar ejércitos con una mirada. Ningún hombre era capaz de sobrevivir al mero roce de sus labios.
Esta mujer era adorada como una Reina en cada civilización que visitaba y alabada por la prosperidad que traía, pero pronto se convertía en una tirana que doblegaba la voluntad de los que estaban a su mando para que la complacieran con exigencias cada vez más exquisitas, esclavizando con chantajes al pueblo que antes la ensalzó hasta que estos no eran capaces de satisfacerla. Entonces, ella se marchaba y dejaba esa civilización al borde del colapso.
Pero en Aknon, el relato tiene un final distinto. Un hombre se alzó de entre el sometido pueblo para enfrentarse a la Diosa opresora. La leyenda narra que el guerrero mató a la Diosa trece veces en un épico combate que duró cinco días, pero la muerte era extraña para esa mujer. La Diosa fue finalmente sellada con vida en un ataúd dorado en el interior de un gran templo que antes había sido alzado en su honor.
El doctor, sorprendido ante tal hallazgo, se sienta en su silla para intentar calmarse. Su mente le dice que es solo una leyenda, pero su corazón llora por una oportunidad de descubrir la fuente de ese poder. Una magia que podría traer de vuelta a su hija.
El hombre se acerca a dos sarcófagos de criogenización. A través del cristal de uno de ellos puede verse el helado rostro de la niña. El doctor acaricia a su hija a través del frío vidrio.
Tras dos largos meses de preparativos, Kamakiri está listo para emprender su viaje. Con su traje de aislamiento puesto, el doctor se dirige de nuevo a la ciudad, al encuentro con el repartidor, que ya le espera en el lugar de siempre.
- “Hola, Doctor Kamakiri” – saluda Monaka. – “Creo que…”
- “Tenemos que hablar” – le interrumpe el médico. – “¿Cuánto quieres por llevarme a Aknon?”
- “¿Qué?” – se extraña el repartidor. – “¿Aknon?”
- “Tengo que investigar un viejo templo.” – dice Kamakiri. – “Puede ser importante. Podría ser la respuesta a…”
- “Lo siento, doctor, pero…” – interviene Monaka, pero enseguida vuelve a ser interrumpido.
- “Tengo más viales.” – dice Kamakiri, algo agitado. – “Y si esto sale bien…”
- “No se trata de eso, doctor. Verá…” – intenta explicarse el repartidor.
- “¡¿Es que no quieres salvar a tu familia?!” – se enfada el doctor.
- “Mi esposa ha muerto.” – revela Monaka.
Kamakiri se queda en silencio.
- “Lo siento, doctor.” – dice Monaka. – “Pero nuestros negocios terminan aquí.” – dice Monaka. – “Le deseo mucha suerte.”
- “¿Y si…?” – le agarra del brazo el médico. – “¿Y si hubiera una forma de traerla de vuelta?”
Monaka mira confuso al doctor.
- “¿De qué está hablando?” – le pregunta al científico.
- “Creo que…” – dice Kamakiri. – “Creo que en Aknon se oculta un poder con el que se puede resucitar a los muertos.”
El repartidor se queda sin palabras.
- “¿Lo dices en serio?” – le pregunta Monaka, incrédulo, pero esperanzado.
- “Necesito llegar a Aknon.” – insiste Kamakiri. – “Llévame allí y lo descubriremos.”
En unos minutos, los dos personajes han subido a la nave de reparto de Monaka.
El repartidor se agacha bajo el panel de comandos y con un destornillador abre una caja de cables.
- “¿Qué estás haciendo?” – pregunta el doctor.
- “Todas nuestras naves llevan una baliza rastreadora para seguir las entregas.” – dice Monaka. – “Si quieres ir a Aknon, vamos a tener que librarnos de esto.”
En unos minutos, Monaka y Kamakiri parten hacia el misterioso planeta en busca de una forma de resucitar a sus seres queridos.